De la violencia del endriago a la masculinidad normal.

Por: José Carlos López Iracheta.

“La preeminencia de la agresividad en nuestra civilización quedaría ya suficientemente demostrada por el hecho de que se la confunde habitualmente en la moral media con la virtud de la fortaleza”
J. Lacan: La agresividad en psicoanálisis.

 El sujeto endriago y la heroificación del crimen.

El endriago como personaje de la literatura medieval (Amadis de Gaula) es empleado por Sayak Valencia (Cfr. Capitalismo gore, capitulo segundo) como una analogía del “sujeto ultraviolento y demoledor”, anómalo y transgresor que se gesta al interior del universo del narcotráfico. Se trata del tipo de subjetividad producida en el capitalismo tardío y que la filósofa tijuanense pluraliza en las figuras del mafioso, el criminal y el asesino.  El endriago como mezcla de hidra y dragón emerge como sujeto monstruoso (condición diabólica), habitante de un paisaje desolado; en su traducción a la violencia social el endriago es el Otro en su crueldad, poseídos por la violencia los sujetos endriagos representan la amenaza del orden social.

¿Cuáles son algunas de las características de este sujeto endriago? Sayak Valencia señala que los sujetos endriagos “deciden hacer uso de la violencia como herramienta de empoderamiento y adquisición de capital” (2016: 101) este recurso estaría relacionado con la creciente “precarización laboral” y con la consecuente frustración del papel del macho proveedor. La gestión de la afirmación violenta sería así, una forma de sobreponerse tanto a la precarización como a las fisuras identitarias. El carácter instrumental de la violencia en este marco consiste en ser un medio extremo para autoafirmación personal y la subsistencia (2016: 101). Lo sugerente en este punto es que ésta versión hiperbolizada de la masculinidad aparece estrictamente en las coordenadas de la violencia como única posibilidad de identificación para un buen número de sujetos.

Parte fundamental de la narcocultura consiste en homologar violencia, distinción social (“éxito”), adquisición de capital y masculinidad. Otra característica de la narcocultura es la heroificación del crimen. “El narco es glorificado, la narcocultura crece porque vivimos en una sociedad en que los individuos que desean volverse héroes no encuentran como serlo. A falta de ser héroes por la educación, por la ley, la lucha social, ¿La única ruta?: el crimen. El único lugar donde el heroísmo rural o urbano está organizado…” (Valencia, 2016: 86), esta trama se ve reforzada porque la violencia no solo se populariza en su uso sino también en su consumo. La violencia –señala Valencia- también se convierte en mercancía bajo la forma de una violencia decorativa (armas como objeto de decoración, presencia de la violencia en explícita en los video juegos, el arte, literatura, la música, portadas de periódicos, violencia reíficada en donde la figura femenina es un ornamento u objeto de consumo, etc.). Ahora bien “Ni la crueldad ni su explotación son algo nuevo, pero (si) el levantamiento del tabú, la aceptación y la justificación de la crueldad…” (Franco, 2016:12)

En el proceso de heroificación del crimen intervienen ciertos códigos morales, que en el caso de los grandes capos es ambivalente; por un lado, la guerra declarada a cualquier tipo de enemigo, por otro, un supuesto compromiso con los desfavorecidos y con la religión. Según J. Franco se trata de los nuevos “santos de los bajos mundos” a los que habría que añadir el autoposicionamiento como figura del Padre paralela a la figura Paterna del Estado, legible, por ejemplo, en la codificación caballeresca que Nazario Moreno instaura como pautas o guías de comportamiento para sus “Caballeros templarios” que han de suceder a otra organización criminal denominada “Familia Michoacana”. Se trata en todo caso de codificaciones atravesadas por el desprecio a la vida y a la muerte, identidades heroicas anudadas con la práctica de la violencia.



  • La criminalidad y la confrontación de violencias masculinas.

El estallido de la violencia asociado con el combate al narcotráfico hace del ciudadano común un testigo del carácter voluptuoso de la agresividad. Las ejecuciones, los disparos a plena luz de día, el encobijado, el mutilado, las violaciones y las agresiones de índole sexual se han vuelto fenómenos lamentablemente comunes en una sociedad en la que, a la par, se normaliza la irrupción de la muerte violenta, el daño, la agresión y un estado belicoso permanente. Jean Franco no teme identificar la viralización de la violencia con cierto tipo de masculinidad: “Las matanzas, las violaciones y la profanación sugieren un colapso del núcleo fundamental que permite a los humanos reconocer su propia vulnerabilidad y, por consiguiente, aceptar la del otro. He nombrado a este fenómeno masculinidad extrema…” (2016: 31)

Federico Navarrete en su Alfabeto del racismo mexicano al abordar el término de “violencia” (pp. 171-174) señala la caída inevitable en esta lógica “…la malhadada guerra contra el narcotráfico declarada por Felipe Calderón en 2006 introdujo en nuestra vida política un léxico mortífero que parece provenir directamente del pensamiento de Carl Schmitt, el teórico jurídico de Hitler: <estado de excepción> , <guerra permanente>, <enemigos>, <muertos justificados> y <muertos inocentes>…todos hemos sido presos de este régimen necropolítico que emplea la violencia como forma de gobierno y concibe el asesinato extrajudicial como una forma de justicia” (sic) (2016: 172) A propósito de la cuestión que aquí nos ocupa, habría que señalar que este  escenario distópico no debería engañarnos y hacernos caer en una extraña creencia en una realidad social dividida estrictamente en dos partes: un plano en donde se despliega la violencia del sicario  y otra en donde esa violencia extrema y todas sus referencias monstruosas estarían expulsadas, diferencia radical entre Amadis de Gaula y el endriago. Dicho esto, preguntemos ¿Puede lo endriago (equiparado a la masculinidad manifiesta en el sicario) ser tomado como un espejo en el que se pueden apreciar las “violencias normales”? ¿Será posible detectar en lo que se considera masculinidad normal ciertos sedimentos del endriago?

En su origen etimológico “violento” (violentus) es aquel que actúa con exceso de fuerza. Es sabido que el recurso a la fuerza, a la humillación y crueldad suele ser un acto intimidatorio. Fragmentar el cuerpo del enemigo y exhibirlo es al mismo tiempo exponer la potencia. Si hoy al enemigo ya no se le canibaliza es porque ya no existe esa sobreidentifiación arcaica, hoy el criminal se conforma con fragmentar el cuerpo, con “posolearlo” porque ya no se le tienen ningún respeto al enemigo pues según Freud: “El caníbal…ama devorar a su enemigo, y no devora a aquellos de los que no puede gustar de algún modo” (1975: 99)

Es llamativo que la emergencia de la prisión y la impartición de justicia no estuvo exenta de la manifestación de este portento, particularmente en la época de las ejecuciones públicas. Es Michel Foucault quien nos advierte en Vigilar y castigar que “el suplicio judicial hay que comprenderlo también como un ritual político. Forma parte, aunque en modo menor, de las ceremonias por las cuales se manifiesta el poder” (2015:58).

¿Qué representa el delincuente? Ante todo, se trata de un infractor “alguien que ha quebrantado, frente a la totalidad, el contrato y la palabra con respecto a todos los bienes y comodidades de la vida en común, de los que hasta ahora había participado…” (Nietzsche, 93), el pensador alemán apunta que al trasgredir el orden social el delincuente pierde los privilegios de la comunidad para así ser castigado y quedar expuesto al suplicio. Así, cada acto criminal bien podría ser considerado como intento de parricidio, esto es, no como referencia al padre real sino al padre metafórico que es el Soberano, el Estado que se supone protege y administra las libertades, procura la paz, el derecho y la armonía social. El posible criminal aquí debe permanecer en su papel obediente, esto es, de hijo subordinado, de otra forma el castigo y el portento del Padre-Rey habrá de manifestarse ejemplarmente en el cuerpo supliciado del transgresor.   Dicho lo anterior y siguiendo a J. Franco en su tratamiento de El hombre decapitado: ¿A caso la decapitación, la criminalidad a plena luz del día, las narco mantas, los cuerpos mutilados o desfigurados por las balas, no constituyen un atentado material y simbólico contra el poder de ese Padre punitivo que monopoliza la Ley? ¿A caso la guerra diferida en la que nos encontramos no puede ser leída también como una rivalidad orillada a una estricta pulsión de muerte entre dos versiones del Padre y, por lo tanto, de lo masculino? ¿No se trata de la búsqueda de una mutua castración?



  • La violencia normal: El perfil del pelado.

“Yo soy mexicano y orgullo lo tengo,
nací despreciando la vida y la muerte

Mi orgullo es ser valiente…
que naiden me diga que soy un raja'o

Yo soy mexicano, por suerte mía,
la vida ha querido que por todas partes
se me reconozca por mi valentía.”

-Jorge Negrete: Yo soy mexicano.

*

“Nuestros cambios son más aparentes que reales; son nada más disfraces diversos que ocultan un mismo fondo espiritual”

-S. Ramos

El señalamiento de la monstruosidad del endriago bien puede funcionar como una denegación que establecería una distancia extrema entre el “sujeto normal” y ese otro monstruoso, entre la violencia endriago y “la violencia normal” ¿Qué sucedería si cierto tipo de masculinidad más cotidiana, dispersa en el folclor, en el humor, en el albur posee un paralelismo con la hipermasculinidad desplegada por el endriago?

Demos pues un paso hacia una figura menos notable. Solucionemos al mismo tiempo la tautología en la expresión “hiperviolencia” o sujeto “ultraviolento”.  Acudamos para esto a Slavoj Žižek:

 “una solución sencilla es una distinción terminológica entre <agresión>, que pertenece efectivamente a la <fuerza vital>, y la <violencia>, que es una <fuerza mortal>: <violencia> no es aquí la agresión como tal, sino su exceso que perturba el curso normal de las cosas deseando siempre más y más. La tarea se convierte en liberarse de este exceso.” (2009: 81. El subrayado es propio)

 Aunque el filósofo esloveno menciona lo anterior en el marco de la violencia en el lenguaje, creo que al mismo tiempo nos permite apreciar que la agresividad es una constante y que, por lo tanto nos permite ver en el pelado no el exceso del endriago, sino una atenuante que hace de esa violencia una fuerza más simbólica; lo que hoy en día es más común denominar como micromachismo, dominio masculino desplegado a través de una diversidad de estrategias dirigidas al control y/o la marginación de lo femenino. Tendremos pues a un buen número de actores sociales (masculinos) que no serían(mos) más que una versión atenuada o caricaturizada del endriago. Marta Llamas apunta en el prólogo de Capitalismo Gore que “no solo los hombres pobres y racializados son parte de la estremecedora dinámica gore, sino también aquellos que comparten la defensa de una masculinidad violenta, aunque sean blancos y de clases pudientes. También en ellos el mandato que han internalizado los hace incapaces de cuestionar a- y tomar conciencia de-un sistema donde están entretejidos el poder, la economía y una virilidad predadora…” (2016: 10)

  Aunque hoy por hoy nos encontremos a una distancia histórica considerable respecto al análisis elaborado por Samuel Ramos (Perfil de la cultura y del hombre en México) su psicoanálisis del mexicano resulta bastante útil para detectar ciertos elementos violentos en la construcción de la masculinidad mexicana. Ramos ve en el pelado “la expresión más elemental y bien dibujada del carácter nacional”, algunos rasgos llamativos que el filósofo mexicano destaca son los siguientes:

  1. Naturaleza explosiva ante el roce más leve o por motivos insignificantes.
  2.  Explosiones verbales que “tienen como tema la afirmación de sí mismo en un lenguaje grosero y agresivo”
  3. “Entrega a las pantomimas de ferocidad para asustar a los demás, haciendo creer que es más fuerte y decidido.”
  4. “Toda circunstancia exterior que pueda hacer resaltar el sentimiento de menor valía, provocará una reacción violenta del individuo con la mira de sobreponerse a la depresión.”
  5. “El pelado busca la riña como un excitante para elevar el todo de su yo.”
  6. Se trata de un individuo que “lleva su alma al descubierto”, los “resortes” que dominan si identidad son siempre legibles. Valencia coincide con esta nota al decir que la mayoría de los sujetos endriagos “no niegan sus actividades, sino que las pregonan y las convierten en un modelo de necro empoderamiento…” (2016: 83)

Uno de los rasgos más llamativos señalados por Ramos consiste en que la única tabla de salvación de la identidad del pelado se localiza en la virilidad. De tal forma que la terminología o el juego de lenguaje que instaura es abundante en alusiones sexuales, éstas “revelan una obsesión fálica, nacida para considerar el órgano sexual como símbolo de la fuerza masculina” (1963: 74) El temor a ser un “rajao” (castrado) es una manifestación de dicha obsesión.  Lo anterior se enlaza directamente con el recurso común del pelado para sobreponerse al enemigo ficticio, que consiste en atribuirle inmediatamente una femineidad imaginaria. Este gesto desesperado básicamente reserva para el pelado el papel de lo masculino, pues es la virilidad la que le otorga una supuesta superioridad sobre el otro. En este sentido la identidad del “Soy mexicano” tiene un perímetro muy estricto, definido por la valentía-violencia y por la imagen ambivalente inferiorizada-amenazadora de lo femenino que este sujeto se da a sí mismo para sostener su ser.

Una de las frases favoritas del pelado de acuerdo con el análisis de Ramos es “soy tu padre”. “Es seguro que en nuestras sociedades patriarcales el padre es para todo hombre el símbolo de poder…el falo sugiere un concepto muy empobrecido del hombre. Como él es, en efecto, un ser sin contenido substancial, trata de llenar su contenido con el único valor que está a su alcance: el de macho.” (1963: 75) En el artículo de Paula Adamo Idoeta, en BBC News Brasil ,  São Paulo (18 marzo 2019) Se plantea un diagnóstico muy sugerente, a propósito del la crisis de masculinidad y el fetiche por las armas que esconde la personalidad de los autores de ataques masivos”, de acuerdo con la autora el recurso a las armas puede considerarse como una manifestación de virilidad, las fotos que los autores de ataques masivos subían a las redes (aplica también para los sujetos “normales”) no hacen sino  proyectar la imagen de guerrero. Las armas juegan aquí el papel de un gran fetiche, de asunción de una identidad heroica como parte básica de una masculinidad violenta.  No es extraño que, en el imaginario del pelado, el falo sea equiparable con las armas.

La gran cuestión aquí es doble. A) Por un lado hay que preguntar, sin importar la clase social, el grado de estudios, etc., por la propia pertenecía a esta horda no extinta de pelado, en donde posibilidades identificatorias parecen ceñirse a las coordenadas del falocentrismo y del despliegue de la fuerza.  B) Se trata también de preguntarnos si aún seguimos educando al sujeto guerreo en un contexto en el que ya no es necesario, o en el que incluso es política y socialmente nocivo. 



  • Mito, degollamiento y terror a lo femenino.

“El hombre implacable y omnipotente necesita victimas subyugadas” J. Franco

“En el mito, los estereotipos son más completos y más perfectos…”  R. Girard

Para concluir referiremos a otra figura monstruosa, divino-demoniaca a lado del endriago. Esta vez localizada en el mundo animal del panteón mesoamericano. Se trata del Dios murciélago del México prehispánico y que parece aglutinar muerte, masculinidad-viril y marginación de lo femenino. Es sabido que esta figura nace del semen y la sangre derramados por Quetzalcóatl. El mito refiere también una peculiar misión de Tzinacan, pues es enviado a que muerda y arranque el órgano genital de la diosa Xochiquétzal. Algunas de sus representaciones lo presentan ocupando sus manos con un cuchillo y con la víctima desnuda, Tzinacan está asociado así directamente con la decapitación y el derramamiento de sangre.

El murciélago es a un mismo tiempo el animal que despedaza, que arranca cabezas, que fragmenta el cuerpo, pero que también es hostil a la “amenaza femenina”, pues remueve y desmiembra lo que es materialmente distinto al falo. Siguiendo la tesis de Thomas Barthel es importante señalar la falta que ese mito atribuye a lo femenino, pues la vulva de ahí en adelante sería un órgano al que le falta algo, a decir, lo que el murciélago extrajo de un solo tajo. Lo femenino estaría marcado por esta terrible intervención hieprmasculina. De acuerdo con Jaime Echeverria García y Miriam López Hernandes en su trabajo “La decapitación como símbolo de castración entre los Mexicas – y otros grupos mesoamericanos – y sus connotaciones genéricas”: “Xochiquétzal podría considerarse como la imagen de la mujer joven virgen prototípica, que representaría a todas las mujeres nahuas.  En tal condición, encarnaría los peligros de la mujer que no ha tenido relaciones sexuales, y que teme el hombre, pues existe la amenaza de que lo pueda dañar al momento de penetrarla, incluso matarlo.” (2010: 161-162)

Respecto a la referencia a la figura del Dios-Murcielago como cumulo de masculindad y crueldad solo sugeriremos aquí algunas notas de la teoría de  R. Girard en El chivo expiatorio, a decir que el mito no es simplemente una historia fabulosa, fantástica o un mero “perfume literario” que altera lo real, sino más bien una traducción simbólica archivada que apunta crisis sociales y culturales, y a  procesos de selección de víctimas;  se trata del mito como texto de persecución y como atmosfera social en la que el perseguidor jamás advierte sus mecanismos persecutorios. Respecto a esto último ¿A caso no opera el micromachismo como una lógica imperceptible para la “masculinidad normal”? ¿Es posible que el mito como documento de persecución exhiba la forma en la que el perseguidor percibe a la diferencia? ¿Pervive esta violencia arcaica a modo de síntoma en nuestra sociedad contemporánea?

Obras citadas:

Echeverría García, Jaime y Miriam López Hernández. "Decapitación cómo símbolo de castración entre los mexicas -y otros grupos mesoamericanos- y sus connotaciones genéricas". Estudios de cultura náhuatl. Vol. 41 (2010): pp. 137 - 165.

Foucault, Michel. Vigilar y castiga, México, Siglo XXI, 2015.

Franco, Jean. Una modernidad cruel, México, Fondo de Cultura Económica, 2016.

Freud, Sigmund. En Obras completas tomo XVIII, Psicología de las masas, Argentina, Amorrotu, 1975.

Navarrete, Federico. Alfabeto del racismo mexicano, Barcelona, Malpaso, 2017.

Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral, España, Alianza, 2000.

Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México, México, UNAM, 1963.

Valencia, Sayak. Capitalismo Gore. Control económico, violencia y narcopoder, México, Paidós, 2016.

Žižek, Slavoj. Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales, Argentina, Paidós, 2009.

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